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  • Foto del escritorm4quilo

Sostengo esas Piedras.

07/09/2015 21:08





Ay no maestro, es que estoy apestada!! (Y estaba tratando de ordenarme, al menos no sé, seleccionar a conciencia algo para mostrar en taller, y me encontré con esto... Yo diría que un sueño profético. Habla de piedras, de babas, y de soltar, hilar cuentos...)


 

Mis experimentos en "series" fuera de contexto. Foto analógica, 2015,
Autorretrato, reflejos. Bogotá, 2015

El salón de dibujo y gesto, entregas. Nunca pensé que la broma se tornara en esto, de verdad. Esta vez era ese salón, pero con el brillo del salón de taller, la biblioteca; el brillo que te veo a vos en la cara cuando estás a contraluz. También la sensación espacial; pero bueno, es ese salón, en lugar del otro. Como vos, igual. Es hora de mi entrega. Hay actividad alrededor, como en todas las entregas, pero me centro en lo que está pasando, conmigo, y con V; y en la luz. Talvez es la luz la que me hace pensar que el vestido que llevo es blanco y largo, como una sábana; como si fuera a hacer un performance. Y creo que tengo una cabeza más despejada, con menos pelo del que tengo en estos momentos; y talvez es como si mi cuerpo fuera el de B, en el sueño del camión y de los despojos; más delgado, más largo. Con toda esa solemnidad. Pero bueno, soy yo, en entrega de dibujo, aunque parece entrega de taller. Hay otras personas ahí, compañeros, pero no veo a nadie claramente, aparte de esas curiosas “intromisiones” de los sueños, donde el lugar se delata, sí, es taller, y no el de al lado sino el del otro extremo del hall, la puerta por donde tantas veces espié, entré, la que tantas veces abrí, con su letrero de “biblioteca”, que se transparenta, desde el otro lado… Porque estamos adentro. Pero en medio de los personajes está P, la veo desde atrás, este sueño es particularmente manierista, los personajes son alargados, huesudos e imponentes, hay otras personas pero sólo  me concentro en ella, y cuando sale veo hacia abajo, tiene unos zapatos dorados, de esos bajos y abiertos… La veo sin hacer nunca contacto directo con ella, la veo hablando con los otros, la veo salir a través de esa puerta, y sus zapatos… Y tengo una sensación de desagrado con respecto a ella, y a sus zapatos. No sé lo que pienso, cosas mezcladas, entre su presencia misma, las personas con que habla, cómo la tengo ahí en frente de mí, pero de espaldas.


Después estoy otra vez ahí, en mi entrega, y en algún momento V está frente a mí, y yo halo sus gafas… Él se aleja, supongo, para devolverlas a su lugar, pero eso no es algo que “visualmente” recuerde; sólo la idea de quitarle las gafas. Deben ser esas, anaranjadas, o más bien nácar, y su bufanda, no la veo pero podría ser una de colores tierra, ladrillo, que va con las gafas. No importa. No sé, ni siquiera en el mismo sueño, por qué intento quitárselas. Es un acto desconectado, o talvez un “inicio”, una llamada de atención hacia la entrega. La primera vez es sólo una idea, un recuerdo dentro del mismo sueño, y sin ningún orden repito la acción, esta vez sí, más cerca, si se puede enfocar así, de él y del puesto que siempre ocupo, hacia la pared, el extremo derecho; escribiéndolo suena tan radical como todo lo que se desbarata, en ese blanco intensificado del sueño, como para borrar paredes, mesas, evidencias… y que le da un halo a ese medio cuerpo de V. que se me presenta, chaqueta gruesa y café, talvez, y sus gafas, que ahora puedo “ver” cómo intento quitarle, talvez mis manos en ellas, y al llegar a cierta distancia, no tan cerca, talvez el enfoque se aleja un poco pero yo estoy allá, afuera, actuando eso, y él no sé si otra vez se aleja, de pronto las dos cosas, se aleja e interpone sus manos para evitar que se las quite por completo, y creo que esta vez incluso pregunta, o es mi imaginación de lo que pasa, cuando de vez en cuando me despierto con la música que nunca apagué sino que bajaba a intervalos de volumen para poder dormir, -¿por qué me estás quitando las gafas?... o la exclamación -¡Deja mis gafas quietas! Invento.





Eso está a prueba de recuerdo; uno nunca sabe en realidad lo que le dicen, lo que habrá dicho. Bueno, a veces sí. Dejar libre la interpretación, la lectura, el diálogo. Ser dos confabulados en uno. ¿No es eso de lo que se trata, la cosa? Una anomalía matemática.



Más bien de lenguaje. No me quiero meter en problemas. Soy buena con los números cuando puedo hacer con ellos como con las palabras, lo que me da la gana, lo que me dicta el que cree que sabe de eso. Soy muy, muy obediente. Y una buena copista. Sigo. El espejo, es el asunto; sos un buen copista. Los dos estamos ahí, tomando nota, el uno del otro. No analizando, sólo reflejando. En esa luz intensa del salón, pero habrá que salir… Menos mal todo arrancó, afuera; bajo la luna. Dos perros bajo la luna. Uno amarillo, y uno negro. Y los cuentos, las cartas, indignadas; todo encontró su fin, ahí. Y su principio; un ciclo poderoso. Bueno, volvamos al sueño. Volvamos al salón de dibujo. A mi entrega. Estoy ahora, después del intento fallido de arrebatarle las gafas a V, frente a los fregaderos del salón, pero no son así cerrados y de mediana profundidad como los vemos siempre, todos los días, de pronto los estoy viendo como ellos quieren ser, o quisieron ser esa madrugada mientras los sueño, así abiertos y largos hasta el piso como una ducha más que un lavadero, con sólo las llaves encima para determinar lo que son, que creo que también llegan más alto de lo habitual, el salón se amplía hacia arriba, la luz derriba las paredes, pero permanece la sensación de lo circunscrito, por los objetos, las llaves pegadas ahí de esa luminosidad blanca, y yo frente a ellas, no muy lejos, como en la esquina superior, esta es la pared izquierda, de espaldas, envuelta en el blanco y mi cráneo bastante marcado, mi espalda semicubierta, me inclino un poco cerca de una de las dos, tres llaves que veo, y empiezo a escupir… Una saliva espesa, abundante, copiosa, impregnada del intenso rojo de la sangre, pero como una tinta inyectada más que como una parte integrada del escupitajo. No recuerdo esfuerzo alguno para sacar toda esa sustancia espesa que baja desde mi boca sin parar por un largo tiempo, sólo la inclinación desde la cintura hasta mi cabeza, para hacer que caiga en el suelo del lavabo, no veo el piso, sólo la línea que baja ininterrumpida y con volumen cambiante hasta el suelo, como una burbuja hecha piedra. Y la sangre, mucha, el rojo límpido y brillante. No sé si repito la acción una, o más veces. V está cerca. Es corto el momento, claro y silencioso, y la baba es tan etérea como la luz, aunque pesada hasta que la suelto, en algún instante no registrado en mi recuerdo, para ir a otra acción, sin corte definido, transición. ¿Serían tres las llaves? Ahora puedo estar inventando, pero creo que sí. Tres espacios.




Aparezco entonces, con dos piedras bastante grandes, seguramente una de ellas descansa en una mesa, ah, las mesas de ese salón, todo lo que significan en este enredo de mis inclinaciones, mis afectos; se parecen mucho a la piedrita que está en la libreta que casi pierdo, y que M.V. recogió del salón donde la dejé, abandonada. Pero se ven enormes. No tan pesadas porque esa constitución granulosa de su imagen las aliviana a la vista; ese color gris pero no frío, sino amarillento, les da un aire de simpatía. Las hace algo vivaces, como animalitos sin ojos. No parecen nunca estar observando, pero si parecen llamar al tacto, como la piel amable de una pequeña bestia. No sé si dan voces, o si acaso murmuran… En los sueños eso es lo único que no puedo reconciliar, como en las fotos. No creo haber nunca, físicamente hablando, oído la primera palabra “real”. Nunca, el primer sonido. Quizá sólo una vez, en que soñé que estaba en mi funeral y una música bastante bella y curiosa sonaba, en el teatro del colegio, sin verme pero bien informada de mi muerte por las ceremonias, creo que una melodía de piano, empecé a entrar en vigilia a contratiempo y seguramente por eso el piano resonó, más allá de mi cabeza, mucho más allá de mi memoria, en mis oídos. Y esa fue la última, la primera vez. Definamos esos límites, ahora. Entre lo último y lo primero, todo ha sido silencio muy bien compensado por la magistralidad de los simulacros, el delicado trabajo de la luz en las imágenes, la discreción y atrevimiento tan bien coordinados del montaje… Como una foto.  Como vos, ahora. Me pregunto, ¿Por qué no te vi antes de todo, sino ahora?


¿Cómo? En todo el sueño, en todo caso, no apareces. Me imagino que mi vigilia te metió también, por algún instante. Pero vos llegas a interrumpir un rato la luz perfecta, y a mezclarte con ella, paradójico, en tanta uniforme oscuridad… Ahora entiendo, de pronto, por qué no miras mucho, o no pareces mirar. Porque tus ojos son como las piedras que mencioné hace un momento. Son claro, unas piedras, pero delicadas… Podrían ser grises o negras, pero no. Son dulces. La oscuridad se acaba, se condena ahí; talvez también por eso se te escapa a cada rato la sonrisa. Podemos hablar. Podemos estar callados. Podemos ocupar el mismo lugar, en intervalos. Vos tiendes el hilo desde donde puse el mío, abandonado. Podemos estar cerca, y no invadirnos. Podemos encontrarnos por todos lados sin planearlo, y preguntarnos adelantándonos al otro. Podemos darnos la espalda, la sonrisa, la mirada, y toparnos de frente sin culpa. Podemos perdernos el uno al otro y a conciencia. ¿Podría estarlo imaginando, todo? Imaginándote. Inventando.



Tus ojos me caen encima como unas dulces piedras. Los míos, supongo, te atravesaron, alguna vez. Es una tormenta. El arte no es el escampadero. Nos mojamos con constancia. Escapando pretextualmente, de cualquier cosa. Del aire; de la altura; de la entrega. De los gases lacrimógenos, ignorados. Del chorro enorme que suelta la tanqueta en la salida de la 45. Que veo con un ánimo enajenado, un poco, curioso, aletargado… Lo absurdo. Sostengo esas piedras. Pero supongo que no las dos al mismo tiempo, y V señala un –ah, todavía queda algo más- (hablando de que mi entrega aún no ha terminado), y, seguramente ayudada por una mesa, empiezo a envolver, de pie, las piedras en periódico. En algún momento es como si eso dejara de importar, y de suceder, por lo tanto; como si se pudiera dejar así, sin terminar; o incluso como si me diera cuenta al hacerlo que no tiene sentido, y que ya no sé qué más hacer, así que todo debe parar ahí. Una de las piedras queda medio envuelta, y todo se hunde en un remolino, donde quizá me habré despertado, donde hay una transición otra, una disipación, un fundir en negro… Y el sueño se recarga, en connotaciones estrictamente familiares.


Autorretrato en la poceta del taller de pintura Edificio 301 Escuela de Artes. Universidad Nacional 2015
Pintura & Gesto. 2015

Hm. Aún algo olvidado, siempre. Antes de todo el performance. Como anunciando. Creo que esto iba al principio, de todo. Como el preámbulo a la entrega. Aún en medio del blanco. Me veo, hacia abajo, veo mi torso. Está desnudo, por lo menos a nivel del pecho. Esto sí, claramente en primera persona. Veo mi seno izquierdo, mi pezón. No sé en qué ángulo, pero puedo verlo, sin alzarlo de ninguna manera, como si viera desde arriba sobre el pezón, o sea, en vertical desde su centro, en un plano muy cercano, la abertura… Y entonces es como si fuera un hueco profundo pero pequeño, no una rotura mayor que la que tiene, pero sí algo abierta y redonda… Y puedo ver luego, con la imagen volcada, pero otra vez sin cambiar de posición, el seno hacia abajo, pero no colgando sino como un simple flip de la imagen, y un agua muy clara saliendo del pezón. Talvez ni siquiera salía vertical hacia abajo, sino que fluía, no sé, pero era como un hilo muy fino de agua fluyendo, no puedo recordar ni visualizar hacia dónde… Una quietud fuera del flujo. 


Y ahora, volviendo, al fade out. Una tercera parte del sueño. La primera habrá sido la del seno, la segunda todo lo que fue la entrega, y ahora, la conclusión. Ya estará avanzada la hora de la madrugada de sueño disparejo e intermitente, pero profundo, en apariencia. En una cafetería. La iluminación cambia para convertir el lugar en un cuadro expresionista, de colores intensos y figuras aplanadas; verde y rojo, y la luz ausente fuera del color. Es ahora una ausencia. Sólo hay reminiscencias, en vitrinas, ventanas. Brillos sucios y saturados de mesas de cafetería. Verdor amarilloso en las caras, incluso. Estamos mis dos hermanas, y yo, sentadas en una mesa central. Debe haber otra a un costado, y al lado derecho otra. El espacio entre ellas es corto, apenas cabe una persona al pasar. No sé si antes o después llega una pareja de personas más o menos viejas, con aspecto de malandrines, un hombre y una mujer. La mala vida se intensifica en surcos profundos de oscuridad en los rostros, en el ceño, la ropa desaliñada e “inapropiada”. Ella es como una puta vieja, con vestido rojo, y el hombre, que será un acompañante, lleva una gorra y talvez un vestido de cuadros. Nos miran amenazantes, y en algún punto de la historia ella se dirige a mí y me dice agresivamente algo como –Queremos esa mesa-… Y yo siento algo de rabia, y me resisto a ceder, pero las cosas se tornan más oscuras, hay una sensación de peligro, entonces veo a mis hermanas, no sé si hablamos, creo que nos ponemos de pie luego de contestar algo o decir algo entre nosotras, y en ese momento de la entrada de la cafetería surge una figura rauda y tan amenazante como las otras, con una cara feroz, que en un instante se lanza sobre nuestra mesa y se lleva una agenda que al parecer es de mi mamá, de forro rojo. Sale corriendo y creo que nosotras detrás de ella, talvez gritando, hay un policía, pero por alguna extraña razón aunque estamos tras de ella y el policía alcanza a ponérsele en frente ella lo esquiva, es una mujer con harapos, una actitud violenta, y que se lleva esa agenda sin que nadie pueda detenerla. Creo que le reclamo al policía, diciendo que es el colmo que no haya sido capaz de detenerla teniéndola ahí frente a él. El policía es opaco y casi sin rostro.


Al final es como si debiéramos recuperar la libreta pero la mujer ya está lejos de nuestro alcance, se confunde entre el verdor sangroso de esa calle por la que nos conducimos, corriendo, entramos a una especie de túnel muy grande, también de un verde limón, blancuzco de luz en el techo redondeado, que se oscurece al internarse, y dentro algo de la misma desolación, la misma sensación de persecución del momento de la cafetería, pero mucho movimiento, mientras pasamos muy rápido por esos recovecos graciosamente vemos que el lugar no es una vía para carros sino una entrada muy larga hacia algún lugar, como la vez del circo o del parque de diversiones, hay muchos niños pero en situaciones extrañas, quietos sentados en el piso, parecen abandonados, aunque muchos están acompañados por adultos… Un paisaje inquietante y frío, lleno de soledad en medio del espacio tan grande y cerrado, que vemos pasando, sin detenernos, y es como si los papeles se invirtieran y ahora no somos nosotras las que perseguimos sino las que huímos, de alguien o algo, que se ha llevado ese objeto que se hace omnipresente en la sensación de la pérdida, o de correr ya sin rumbo, entrando en algo desconocido. Al final siento la sensación de estar a las puertas de la casa de mi abuelo, esa entrada de portón verde, siempre un poco amedrentada por la idea de la noche, y la peligrosidad del barrio… I está ahí, aparece en algún instante cargando a E, pero sólo se atraviesa, no nos detenemos... Hasta cruzar el pasillo estrecho de baldosas verde y amarillo. Pero eso ya no es parte del sueño, sino de la memoria. Como los hilos de luz acuosa que se derraman de todas las aberturas, y de todos los espacios huecos, y las elevaciones, las alturas y abismos, mientras cerramos los ojos.


to: Dioscorides Perez <>

Ruinas del demolido Edificio de Arquitectura. Universidad Nacional de Colimbia, 2015
Plaza Lenin. 2015




 


(El cuento empezó con el búho aquel sobre nuestras cabezas, un exhausto 6 de agosto. Y terminó unos meses después, un 26 de noviembre creo, con las sombras proyectadas de un ave rapaz y su presa en el salón de taller, escena que al parecer solo M.M. y yo presenciamos sin poder pronunciar palabra por el asombro, a continuación sin fuerzas para evitar dejar atrás el sublime acontecimiento y proceder, tras varias entregas, a sustentar el fracaso de mis sillas. Pareció todo una película, ¿no te parece? O un grabado de aquellos que nunca lograrás.)


 

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